sábado, 20 de febrero de 2010

Día de enamorados


Estos días, desde luego, me están pareciendo infernales. Leighton Chulesco ya debería estar aquí, en Menorca, de regreso de su exótico viaje; pero nada, no hay rastro de ella. Los consejos de administración de nuestras empresas requieren su presencia (Leighton es la correspondiente consejera delegada de cada una de ellas) y, al parecer, mi obligación como vicepresidente y propietario es localizarla cuanto antes. Tras interesarme infructuosamente por su paradero en la agencia que presuntamente le había organizado el viaje (en realidad no hice eso personalmente, sino a través de Jaumet, que conoce a la propietaria), acabé siendo recomendado a un funcionario que trabaja en la embajada de Nueva Delhi, en India, puesto que Bután no tiene relaciones diplomáticas con España. Hoy mismo, el señor Horcajada (que así se llama el fulano) me ha corroborado telefónicamente que las autoridades butanesas no saben nada de un visado de entrada a su país a nombre de la señorita Chulesco y, también, que las agencias de turismo oficiales de Bután no fueron contactadas en ningún momento por la supuesta turista. Por tanto, no he tenido más remedio que aceptar que Leighton me mintió. Pero si es así, ¿cuál es el motivo y donde está ahora?

Como tales tribulaciones me están agotando y mi relación con mi tío - abuelo continúan congeladas, estos últimas jornadas he matado el tiempo de la mano de mi transcriptora y protegida, la señorita Sargantana. Aunque sigue manteniendo una actitud fría hacia mi persona, me ha arrastrado con sus amigos y amigas a alguna sesión de cine, a muchos bares y hasta a una discoteca. Puedo dar fe que, de tener mejores opciones que tomar, no volvería a acompañarla. Además, valoro que, de tomar esa decisión, Jaumet se sentiría defraudado. Se desvela por verme animado, el pobre idiota. Y eso pese a que Roc, con magnífico criterio, no ve con buenos ojos que un tipo de mi edad se vaya de parranda con su jovencísima nieta. Por cierto: el abuelo me aseguró el otro día, sin venir a cuento, que no es menorquín, sino natural de Benillum, provincia de Alicante. Jamás antes había oído hablar de tal lugar.

Para rematar esta entrada, y por insistencia de Sargantana, dejaré constancia de lo que me ocurrió la otra tarde, la del catorce de febrero. Estuvimos los dos juntos en casa de una de sus amigas, una peluquera desmedidamente estrafalaria. Después de comer (un pollo asado espantoso, regado con un somontano deleznable), la amiga propuso que nos fumáramos un porro. Sacó una bolsita de marihuana (la cultiva ella misma, aseguró, para consumo propio) y lió lo que suele denominarse un canuto. Soy fumador social, pero ya dije que jamás, jamás, he catado ninguna droga. Así que, aunque estaba decidido a rechazarla, opté por aceptar la invitación (más que nada, por aburrimiento) y yo solito, en un pis pas, me acabé el cigarro. Al principio no noté nada; ni la anunciada hilaridad, ni el consabido mareo. Las chicas se tumbaron a ver la televisión y yo, que le había echado el ojo a un diván de escalofriante color violeta plantado en la única habitación del pisito, me retiré para echar una siesta. Increíblemente (soy un enamorado y vehemente defensor de la misma) no pude hacerla. Nada más tumbarme, sentí un súbito retortijón y, desesperado, sali corriendo para descubrir donde quedaba el baño. Sin atender a modales, desahogué ruidosamente el estómago mientras un sudor gélido, de pies a cabeza, invadía toda la piel que me cubre. Mis manos, como mis brazos y espalda, comenzaron a sufrir el acoso de un millón de agujas invisibles, inmisericordes, que asemejaban querer taladrarme el alma. Los dedos, mi cabeza y las piernas terminaron inertes. La colitis, sin embargo, ya había cesado. Y por fin, sin saber aún como, logré asirme a una hebra de lucidez y, olvidada la naúsea, pude retornar con una pizca de compostura al diván.

Sargantana carcajea cuando lo cuento. Me encontró dormido, tras, al menos, cuatro horas de inconsciencia. Juro que, antes de perder la conciencia, asumí que moriría. Ahora, ya recuperado, prometo que no volveré a probar ese veneno. ¡Qué distinto el olor de esa mierda si lo comparo con los efluvios de un gran caldo, que reconcilía el espíritu con el regocijo por vivir!

PD.- Hasta nuevo aviso, he de permutar mi inabordada búsqueda de Jessica Alba 2.0 por la de Leighton Chulesco. Sin la una, intuyo, soy incapaz de dar con la otra.