miércoles, 20 de octubre de 2010

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Aquí me tienen. Entero y vero. Ante ustedes, ilustres lectores (y lectoras, no vayan a ofendérseme las feministas) se presenta el XII Duke of Rascal (o más bien, en términos sucesorios, el que pretende serlo). Aunque tal ducado no existe (ya he desvelado en otras ocasiones que el nombre, apellido y título a los que he dado uso en este blog son ficticios, pues, hasta hoy, no me ha seducido la idea de hacer públicos los auténticos), en mi anterior entrada revelé que estoy emparentado con el penúltimo monNegritaarca británico de la Casa de Hannover (desciendo directamente de uno de los diez hijos que la actriz irlandesa popularmente conocida como Mrs. Jordan concibió junto al apodado Sailor King, William IV of the United Kingdom of Great Britain and Ireland and of Hanover).

Del motivo por el cual mi familia, los supuestamente llamados Loverboobs, merecieron el citado título, de momento, prefiero no hablar. Tampoco me apetece hacerlo de porqué mi noble estirpe acabó por instalarse en España. Y menos de mi supina ignorancia respecto al idioma de Shakespeare. Lo que sí revelaré es que el ocurrencia de llamar así al ducado se la debo a un grupo musical que a mi administradora Leighton le agrada en demasía, The Rascals. Creo que sus componentes son de Wirral, del mismo lugar de donde procede ella. Quise tener un detalle con la mujer y, quién iba a decírmelo, me ha salido el tiro por la culata.

Vayamos al grano. Mi merced nobiliaria se la debo a las súbitas muertes de mis dos únicos familiares. El bastardo, el que pudo arrebatármela, Mishja Miskhin, murió en la cubierta de caoba y teca del Star Clipper. Lo hizo a la manera de Felipe el Hermoso: como, pese a su edad, gustaba de practicar jogging (por mi parte, siempre he pensado que el deporte es un vicio insano), se obsequió con una sudada descomunal en pleno mediodía, y, tras pretender recuperarse con litro y medio de agua helada, sufrió un síncope mortal que acabó con él en treinta segundos. Por su parte, mi tío George, que saboreaba en su camarote un Dry Martini mientras la boca de una joven camarera pretendía levantarle el ánimo (el ánima, más bien), se atragantó con la aceituna de su cóctel cuando le dieron la singular noticia; ni la jovencita ni el asombrado mensajero (un camarero de la cubierta Sun que estaba liado con la chica, me dijeron) lograron evitar que se ahogara.

En fin. Que la vida, a veces, puede ser triste. He añorado razonablemente a mi excéntrico, esperpéntico y colérico tío, por supuesto. Rita, mi puta de cabecera, ha instalado su negocio en New York, en pos de clientela de mayor enjundia. Y Leighton, está demasiado ocupada con todo lo concerniente a la herencia. Como, hace apenas dos semanas, ha dado a luz a mi primo - probeta, Albert, y bien pudiera habérsele ocurrido arrastrarme hasta los tribunales para exigirme nobleza, patrimonio y dineros, le he ofrecido reconocer a su hijo como propio y hacerlo mi heredero. Tras pensárselo durante las cuarenta y ocho horas que ayuné en la Clínica Buchinger de Marbella, aceptó. Para celebrar que perdí algo de barriga (y que su íntimo deseo de ser madre era ya una realidad, por supuesto), cenamos en El Bulli el pasado sábado.

Lo llevamos lo mejor que podemos, como podeís comprobar.

PD.- A finales de junio viajé a Paris para cerrar el arrendamiento de un nuevo edificio de oficinas que poseo en La Defénse. En ciertas ocasiones, cuando la Chulesco se empeña en fastidiarme una jornada, es mejor hacerle caso. Casualmente, en un parque infantil, me topé con la Jessica Alba de andar por casa, ésa que sale a deambular por una ciudad ajena con shorts y enormes gafas de sol, acompañada de su pequeña hija, de la nodriza de la niña y de una cohorte de guardaespaldas. Aunque mi inglés, insisto, es deplorable, me bastó para presentarme, compartir un par de bromas referidas a mi blog y convencerle de que despidiera a su séquito para que pudiera invitarle a tomar una copa en mi hotel. Sorprendido por su aceptación, y vestida de manera tan casual, me la llevé al bar del Ritz, donde yo degusté un Bombay Sapphire con hielo y ella una porquería llamada Depurdrink, una bebida energética de té verde y extractos de ortigas y alcachofas. Allí, en lo que yo interpreté como una oferta irrechazable, me confesó con fingida coquetería que sus pechos no eran tan bonitos como los de que le ponían en los fakes, que ya no se parecían a los que lucía antes de tener a su hija, así que le sugerí que subieramos a mi habitación para comprobarlo. Todavía no creo que me utilizara de esa manera; ni siquiera se desnudó, se limitó a sentarse en una esquina de la cama y telefoneó a su marido (un tal Cash) para jactarse, voz en grito, de haberse acostado con un fulano (o sea, yo mismo) en el Ritz. Encima de mezquina, pensé, verdulera. Luego, tras incorporarse y dedicarme una mirada de desprecio, se marchó sans adieu. O lo que es lo mismo: se despidió a la francesa. Debe ser el aire parisino, que avinagra el carácter. O el que respira habitualmente en California, que hace que sus tetas, aún cotizadas, hayan acabado por ser víctimas de la Ley de Gravitación Universal.