martes, 10 de agosto de 2010

I am alive ... at he moment

Como habrán podido comprobar ésos (o ésas) a los que he de agradecer que visite (e incluso lea) la bitácora que me empeño en dictar, hacía casi un mes que tenía abandonada mi única y agotadora tarea. El verano, como ocurre con el común de los mortales, agudiza hasta extremos insospechados mi pereza, y una divertida sucesión de hechos y deshechos, devenidos en mi derredor cual si fueran hermosas bandejas siempre prestas a ofrecerme un nutritivo dry martini, constituyen una inigualable trinchera en la que guarecerme.

No acompañé a mi peripatética familia a Grecia, no. Encomendé la azarosa tarea de hallar a Jessica Alba 2.0, mi adorada y desconocida meta, a Leighton, la más avispada y embarazada del grupo. Con la fotografía robada hace poco más de tres lustros junto a las columnatas de la Universidad de Atenas entre sus manos, Leighton, tras examinarla, no pudo más que reírse de mí. Según ella, mi amor platónico no se parecía en nada (y al decir “en nada” cito sus palabras textuales y añado que aumentó vehementemente el tono de su voz) a la que hoy en día es conocida por el mundo de la farándula y el corazón yankee como Jessica Alba. En la mayoría de cerebros humanos, el transcurso del tiempo desde el momento en que se protagoniza o presencia un hecho puntual acostumbra a distorsionar la realidad de lo sucedido. Así ocurre, al parecer, con los matices de una frase que se ha escuchado, con el increíble sabor de un vino que se cató por primera y única vez e incluso con el color de un pezón que se ha dejado de besar. Desde nuestro hemisferio izquierdo, ése que, dicen, clasifica el pasado y tiende puentes hacia un más que hipotético futuro, se reinterpreta una cara, un gesto, un instante, y lo embellece o afea, acomodándolo a nuestra particular forma se sentir o estar. Yo, lo juro, puedo recordar a la desconocida de la escalinata que retraté con mi cámara en Atenas como la mujer más parecida a la actriz Jessica Alba que he visto en toda mi vida. Iré más lejos: si vislumbro, contemplo o estudio la faz de la chica de la fotografía, sigo viendo, insisto, a un clon de Jessica Alba. Ignoro, desde luego, si padezco alguna enfermedad mental que altera mi percepción visual, o si es la propia Leighton, tan rigurosa y brillante, la que la sufre. Lo que sé es que no me hizo ninguna gracia que se mostrara tan inesperadamente jocosa por nuestra diferencia de criterio. No es habitual en ella. Así que me despedí de mi empleada con, yo mismo lo afirmo, un inusitado arranque de mala educación. De hecho, le dí a la Chulesco un cachete en el trasero, cosa que jamás me he atrevido hacer en público (y no será por ganas, desde luego). A mi tío - abuelo, que falleció en el viaje, y a Mishja, que lo acompañó en tal tránsito, no los vi en la despedida. Se habían subido ya al barco, en pos de un alcohólico refrigerio.

En este punto de mi relato, que he obviado mencionar que no escribo de propia mano porque entiendo que ya se presupone, he de desvelar cual fue el motivo de mi deserción: renuncié al crucero de lujo en el Star Clipper por culpa de una llamada. Y era insólitamente inesperada. En el hall del Hotel Grand Bretagne, minutos antes de partir hacia el Pireo, me llamó exactamente la misma persona que transcribe mis palabras: la llamaré Rita, aunque no sea su verdadero nombre. Ahora que lo pienso, desconozco cómo se llama realmente. Rita es una meretriz. Una prostituta, vamos. Una profesional extremadamente cotizada en un mundo de privilegiados en el que, cuando se le antoja, suele incluirme. Tiene acento británico pijo, como si se hubiese criado en una rancia familia de la aristocracia rural inglesa. Sin embargo, su aspecto es inequívocamente caucásico. Diríase, y que conste que me atrevo a aventurarlo en su presencia, que es de origen ruso. Sus abuelos, o sus bisabuelos, bien pudieran ser rusos blancos, miembros de la nobleza exiliada. Lanzó tal hipotesis porque yo tuve una tía abuela baronesa, también huída de la vorágine bolchevique. Y sus rasgos, si sus retratistas fueron fieles a su fisonomía, eran muy semejantes a los de Rita. Puestos a elucubrar, y considerando que los varones de mi familia, emparentada con el mismísimo William IV, eran (en su mayor parte) unos modelos de promiscuidad, tal vez resulte que mi prostituta y yo mantenemos un recóndito aunque estimulante vínculo familiar. Creo que la idea, a Rita digo, le ha gustado, puesto que, mientras teclea, me reclama con la mirada.

Ya seguiré contando más cosas. Ahora, espero que lo comprendaís, pero se me exige toda atención. Esta vez, y sin que sirva de precedente, no hay ni foto en el encabezamiento ni posdata. Si no es comprensible por quién esto lea, espero que, como poco, me envidie.